01 noviembre 2012

El encantamiento, antología de Alberto de Lacerda

Produce cierto pudor retomar, después de tantos meses, los trabajos (tan confusos, tan inconstantes) de este blog con una entrada sobre uno mismo. Por eso mismo, elijo hacerlo con este libro, que aún no ha llegado a mis manos -es posible que me espere mañana en la mesa de trabajo-, pero sí a la web de Olifante, y en el que figuro en la portada, pero apenas como secundario y no como protagonista principal. Descubro hoy, día de muertos por acá, víspera de muertitos por allá, que ya está disponible  El Encantamiento, la antología del poeta portugués Alberto de Lacerda en la que tanto empeño hemos puesto durante los últimos meses. Si siempre he sentido que todo libro es una suma de voluntades, doblemente lo creo en el caso de este, que ya lo es desde el inicio y por su propia naturaleza, por medio de ese imposible alquímico que llamamos traducción y que, en realidad, no es más que la metamorfosis de una cierta materia en otra distinta; la fusión de dos materias que se buscan y se tientan hasta llegar, espero, a encontrarse. Cuando miro hacia atrás en busca de esas voluntades, veo a Luís Amorim de Sousa, que me regaló su amistad al tiempo que los versos de Lacerda; a Luis Sáez Delgado que, como siempre, me orientó en mi inicial desconcierto; a José Luis García Martín, que ofreció el primer Lacerda en la mesa siempre amable de Clarín; por supuesto, a Trinidad Ruiz Marcellán, alma de Olifante, y al Instituto Camões, que generosamente han hecho posible la edición. Pero, si giro ahora la cabeza y miro hacia adelante me encuentro con nuevos (y no tan nuevos) amigos que Alberto de Lacerda, dispone en mi camino: Luís Chaby Vaz y Concha Hernández, que siguen empeñados en tender puentes entre España y Portugal por medio de la Mostra Portuguesa, en cuyo seno presentaremos la antología el próximo día 13, con Marifé Santiago, quien, reencuentro genial, tendrá la gentileza de presentar a Lacerda en la Central de Callao (¡gracias, Martín!). Si alguien se sorprende de semejante acumulación de amistades, hágase con El encantamiento y lea en su prólogo (perdón por la cita) cómo  nada tiene de extraño tratándose de una antología de un poeta como Alberto de Lacerda, quien “valoró la amistad como una de las manifestaciones de lo divino en el mundo, y no, por cierto, la menor”.

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