30 enero 2013

Enrique García Fuentes escribe sobre “El encantamiento” (Diario “Hoy”, 26/01/13)

Poeta encontrado

En el portugués Alberto Lacerda encontramos una poesía pletórica de vida

Hace poco, al hilo de un comentario del último libro de ensayos de Antonio Sáez, recuperábamos la particular idea de Enrique Díez-Canedo insistiendo en que tenía que ser un poeta el que tradujese a otro poeta. Por si entonces no hubiesen quedado claras las ventajas del tal aserto, cae en nuestra manos esta antología de un tan sorprendente como extraordinario autor portugués, Alberto de Lacerda, desconocido para mí hasta ahora, en una excelente edición que ha preparado (prologado y traducido) otro poeta, el extremeño Luis María Marina. Sin embargo, lejos de ofrecer una introducción al uso, Marina ha compuesto un canto pleno de sentimiento, un arrebatado pórtico que sirve de perfecta introducción para una poesía solar, intensa, pletórica de vida, que logra una simbiosis perfecta de fuerza y delicadeza y que sitúa a Lacerda como una de las voces más vibrantes de la poesía portuguesa de los últimos cincuenta años. En ella, Marina hace suyo al poeta portugués y convierte su lectura en una vivencia plena en la que estamos seguros de ser bien conducidos; como una especie de obra a dos manos donde cada intérprete ejecuta sin vacilaciones su partitura.

Queda entonces a los reseñistas la labor de rellenar los datos que completen el cabal conocimiento de este atractivísimo autor. Fundador de la revista Távola Redonda, amigo de Sophia de Mello Breyner Andresen o Mário Cesariny (autor de la fotografía que acompaña esta cuidada edición), Carlos Alberto Portugal Correia de Lacerda, había nacido en 1928 en Ilha de Mozambique, entonces colonia portuguesa. En Lisboa, tras pasar por las cárceles salazaristas y sufrir una caída que le dejará perennes secuelas, opta por mudarse y trabajar en Londres («centro de la libertad»). Marcha posteriormente a Brasil y de ahí a EEUU, donde, hasta su jubilación, enseñó poética en varias universidades. Salvo breves temporadas, no volvió a Portugal; prefirió permanecer siempre exiliado, más como opción personal que política. Murió en 2007.

Su obra poética es relativamente breve, trece libros publicados y uno inédito; en la antología que traemos Marina selecciona poemas de los cuatro primeros: ‘77 poemas’, ‘Palacio’ (los más afortunados a mi juicio), ‘Exilio’ y ‘Color azul’ y opta por el título de ‘El encantamiento’ partiendo de una página del diario de Lacerda donde el autor habla de «The sense of glory», o sea, «El encantamiento. El absoluto. El éxtasis. En el amor, en el erotismo, en la naturaleza, en la amistad, en la experiencia estética, como creador y como espectador. Gloria. Una auténtica sensación de gloria que me cubre de lágrimas y me pone de rodillas frente a la eternidad». Según Marina la poesía de Lacerda se asienta en tres pilares: el exilio, la divinidad y la luz; y aunque no pertenece a ninguna generación puede relacionársele con nombres como Jorge de Sena, la citada Sophia de Mello Breyner-Andresen, Eugénio de Andrade o António Ramos Rosa. Cualquier lector interesado en la poesía corroborará que nuestro autor no desmerece en absoluto al lado de estos titanes de la lírica vecina. Pero Lacerda no sólo fue poeta, sino que también realizó otras tareas; tanto el ejercicio de su profesión como su intensa actividad en diferentes campos nos conduce a un hombre al que nada artístico le era ajeno y que vivió su vida y consagró su poesía a la consecución y la celebración de ese ideal de belleza en todas las facetas posibles. Sus poemas dan buena cuenta de esa independencia, esa excentricidad, y desafían cualquier intento de categorización, pues mezclan lo clásico con lo romántico, el soneto con lo surrealista o con el minimalismo oriental. Pero eso sí, los ensambla a todos esa poderosa voz que encuentra en la misma poesía la anhelada forma de plenitud que los versos propagan. La cumplida selección llevada a cabo por Marina arroja un puñado de excelentes poemas, la mayoría muy breves, algunos de los cuales pasarán a la cabecera de los entendidos. Yo me quedo con la amargura esperanzada de ‘To night’, con la definición tan solemne como sencilla de ‘Los poetas y los amantes’, con la depuración de ‘Doble filo’, con la delicadeza de ‘A Brasileira’ del Chiado’, el acertado impresionismo de ‘Bairro Alto’, la encendida declaración de amor que es ‘La lengua portuguesa’, o la concentrada tristeza de ‘Exilio’, entre otros y, sobre todo, con el acendrado deseo ya de la pronta llegada de una segunda entrega que complete esta colosal declaración de amor a la poesía que es la obra de Alberto de Lacerda.
Enrique García Fuentes

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