07 diciembre 2013

Centro


Pocos sitios puedo decir que conozco mejor que el Centro de la ciudad de México –ni siquiera las calles empinadas de la parte antigua de Cáceres, que tanto he trasegado, pero que ahora son ya un recuerdo velado por cierta incómoda ligereza de adolescencia. Cada cierto tiempo me entretengo volviendo a recorrer la cuadrícula perfecta que delimitan (en la cartografía de mi memoria, no en la real) a poniente, el Palacio de Bellas Artes; al sur, el Claustro de Sor Juana; al norte, Santo Domigo y San Ildefonso; y hacia el oriente, el convento de la Merced. Y juego a reproducir en mi mente las imágenes, los olores, los ruidos de un Centro que conserva aquello que han perdido los núcleos históricos de tantas ciudades europeas: la vida. Porque el Centro es germen de la ciudad, semilla de vida; y la vida, espacio que solo existe cuando es habitado, recorrido, pateado –y así conservado. El Centro es la empírica demostración de que la vida solo es comprensible (y vivible) como flujo de energía que cargamos en nuestros pasos, proyectado desde la arqueología del pasado hasta la historia del futuro; algo que ya explicó, con la inefabilidad del verso, Jorge de Sena: “el mundo que construyamos/ debemos poseerlo con cuidado, como algo/ que no es solo nuestro, que nos es cedido/ para que lo guardemos respetuosamente/ en memoria de la sangre que nos corre por las venas”.

Viene esto al caso de que la Revista Kilómetro Cero, que editan el Gobierno de la ciudad y el fideicomiso del Centro Histórico de la Ciudad de México (y que más de un viajero con destino a la ciudad de México agradecería encontrar en el bolsillo frente a su asiento de avión, en lugar de esas revistillas de las compañías aéreas, llenas de trivialidades, literatura de viajes barata y anuncios de cosas caras), publica en su número 65 un monográfico de Úrsula Fuentesberain titulado “El Centro en las Letras del siglo XXI”, que se puede leer aquí, y descargar en pdf aquí. Y en el que se repasa lo más reciente que se ha escrito sobre el Centro: también mis estampas de “Limo y luz”, aquí. Antes que nada, una invitación a conocer el Centro de la única manera posible: caminándolo. Una invitación, como dicen los versos de Luigi Amara con que se cierra el monográfico, “a andar a pie/ como una forma de resistencia”.

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