27 noviembre 2014

Dos recensiones de los "Nueve poemas"

Quedan aquí las dos reseñas que el diario Hoy de Badajoz ha publicado con apenas unos días de diferencia de mis Nueve poemas a Sofía y otras historias. De esas que le animan a uno a seguir, a no desfallecer. Mi agradecimiento a sus autores, Enrique García Fuentes y Manuel Pecellín. Seguimos.






TÚ, SIEMPRE, ACUÉRDATE

Marina (1978) es diplomático y escritor. Licenciado en Derecho. Trabajó en la Embajada de España en México y  actualmente en la de Lisboa.  Suyos son los poemarios Lo que los dioses aman ( 2008), Continuo mudar  (2011) y  Materia de las  nubes (2014),  más un libro de crónicas sobre la ciudad de México, Limo y luz. Estampas luminosas de la ciudad de México ( 2012). Ha antologado y traducido al poeta luso Alberto de Lacerda (El encantamiento, Olifante, 2012) y hecho  las versiones de otros escritores portugueses, como Nuno Júdice (a quien rememora en la entrega que presentamos merced a “Meninha olhando para o rio”).  Poemas suyos han aparecido en diversas revistas y antologías en México y España. Ha colaborado en publicaciones periódicas como Clarín, revista de Nueva Literatura   y La Jornada Semanal y escribe regularmente en La Otra y la Revista UIC (Universidad Intercontinental de México). Actualmente dirige la serie "Letras Portuguesas", de la Editora Regional de Extremadura. Aunque el propio autor presenta Nueve poemas a Sofía como una sencilla plaquette -volumen 53 de la colección "Papeles de Trasmoz"-  sus nueve composiciones pasan de cuatro centenares sus versos, escritos en Lisboa entre octubre 2012 y mayo 2014.  Se trata, pues, de un auténtico libro, en los que no faltan los recursos experimentales (el más llamativo, la total ausencia de signos de puntuación). La capital lisboeta, hermosamente evocada, sus plazas, hoteles, comercios, tantos rincones repletos de saudade y sobre todo esa  habitación 405 en planta cuarta planta del  hospital cerca del Tajo, forman el  escenario  donde discurre el asombro que aquí se evoca: la llegada al mundo de la hija primera. A Sofía, con la añoranza del "tacto de sus tres sílabas de salitre" (pág. 32), concitará insistente la voz poética, que, no obstante, junto al gozo de la sangre acrecentada,  sufre también porque no quiere una "memoria blanca".  La alegría no puede hacerle olvidar las grandes tragedias del mundo todo. Digamos, por ejemplo,  las que simbolizan hiroshima, ettersberg, víznar (siempre con minúsculas) o esas cunetas que hay que abrir a dentelladas/para con su tierra cubrirnos los ateridos huesos (pág. 28). Sutilmente, de forma ocasional, pero perceptible, se deslizan también algunas huellas "de aquel niño triste que fui" (pág. 38), imágenes de una infancia siempre a punto de emergencia. Cual otro árbol de Jesé, símbolo tan frecuentado en el vecino país, el poeta feliz reconoce acrecentada su genealogía, aunque le ternura del nuevo le asuste tanto como le ilusiona. No es precisamente un mundo ideal el que aguarda a Sofía, si bien ella podrá contar con el cielo protector de quien  ya comenzó a enseñarle cómo defenderse y sobrevivir con dignidad, tal Goytisolo a Julia.  Algún día  ella leerá su “Testamento”  (pp. 20-23), un poema magnífico, donde le adelanta las más sabias  luces , si bien no se  le oculta que, según bien avisase Freud,  el padre de forma ineludible quedará  resuelto en escombros. Marina compone  siempre con voz serena incluso cuando aborda las cuestiones más trascendentales o construye atrevidas imágenes. Modula con asombrosa naturalidad el ritmo de sus versos, blancos y libres, haciendo cómplice al lector de las emociones que lo conmueven. Chica es la calandria y chico el ruiseñor/pero más dulce cantan que otra ave mayor, avisaba el maestro Juan Ruiz. Más valen supuestas plaquettes que farragosos constructos.
MANUEL PECELLÍN


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