Por José Ángel Leyva me enteró de que se ha ido mi "paisano" Hugo Gutiérrez Vega. "Paisano" me llamaba las veces que nos encontramos, desde la primera, cuando él se enteró de que yo era extremeño de nacimiento y yo de que él lo era de adopción, y casi de elección, desde una de sus estancias diplomáticas en España, allá por los años setenta, en la que había descubierto mi tierra y escrito sus Cantos de Plasencia. Cada una de esas veces, me quedé con ganas de decirle que ese vínculo de paisanaje era doble, pues si él se reconocía en aquellos paisajes de Extremadura, en aquellas piedras y calles de Plasencia, yo ya me había dejado parte de mi alma en su Jalisco natal, la Jalisco de Orozco, de Rulfo, de Arreola, de Luis Barragán... y de Gutiérrez Vega. Pero nunca lo discutí con él, así que no viene al caso hacerlo ahora. Ahora, mejor recordarlo con uno de sus poemas, justamente uno de sus Cantos de Plasencia.
Yo te soñé,
Ciudad,
formé tus calles,
disipé tus
ruinas,
levanté
catedrales en el viento
y coloqué tus
piedras inmortales.
Inauguré un
planeta
para verte, rota
y encanecida,
levantada para volver a ser.
Mucho me iba en
esta loca empresa.
Pensé que si
existías
mi ser sería de
nuevo.
En esta tarde,
con un sol
llagado
al que niegan las
nubes,
te contemplo.
Ciudad de sueño,
cómo pesa tu
piedra contra el tiempo,
qué pequeña la
piedra que me aplasta;
cómo mi ruina es
un pájaro mínimo
perdido entre la
niebla.
Cómo tu ruina
resplandece sin sol
—Ay pobres canas
de mi débil cráneo—,
mientras tu torre
entre la lluvia tiembla.
Pido refugio. El
tiempo me concede
descansar en tu
seno silencioso.
Tú siempre eres;
mi sueño se fundió
con otros sueños.
Estás aquí y te
pido que me esperes.
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