13 noviembre 2015

Del Paso, Cervantes

México es un laberinto. Y no cualquiera, sino uno de los peores: aquellos de los que nunca queremos salir. Lo que no quiere decir que, una vez dentro, renunciemos a orientarnos. Tres son las lecturas obvias para el que, llegado a México, busca aprender a perderse en los laberintos de lo mexicano: los dos Rulfos (el alma), el Laberinto de la soledad (el intelecto) y La región más transparente (la palabra). Claro es que, hoy, después de haber vivido allá cuatro años, añadiría otros, sin los que no concibo lo mexicano: las Lascas de Díaz Mirón, la Muerte sin fin de Gorostiza, las Variaciones sobre tema mexicano de nuestro Cernuda, la Oración del 9 de febrero de don Alfonso Reyes, Las batallas en el desierto de José Emilio Pacheco,... Más los libros inclasificables de Torri y de Tario. Y los Belascoaranes de Paco Ignacio Taibo II. Bueno, y las de José Alfredo. Pero aquellos tres fueron los que escuché a mi llegada, los que en ese trance me ayudaron a sobrevivir, y los que por ello alguna vez recomendé a otros amigos que fueron a pasar un tiempo largo en aquellas tierras. Casi siempre que lo hice añadí un cuarto, las Noticias del imperio (el ser en el tiempo) de Fernando del Paso. Y no solo porque hubiera disfrutado su lectura, que llegó en un tiempo de mi vida en que comenzaba a dejar de leer novelas, sino sobre todo porque la obra del tapatío refleja una manera sincrónica de existir que me parece definitoria del mexicano -y que avizoro producto de la profundidad histórica de ese país. De todos modos, el Fernando del Paso que más me gusta no es el de la novela sobre el Maximiliano imperator, sino el del Viaje alrededor del Quijote, uno de los pocos ensayos de la bibliografía cervantina en que su autor consigue dialogar con el del Quijote en la tesitura que éste maneja magistralmente, clave de la universalidad de su obra, y que en cierto sentido tan ajena es a nuestro modo de ser: la de una ironía que no necesita llegar al sarcasmo para tocarnos con su profunda carga existencial. Motivos más que suficientes para alegrarse de la concesión del Cervantes a Del Paso. Si no bastaran, añádase uno más, y no menor: desde ayer, a la pregunta de quién es el último escritor mexicano premiado con el Cervantes, no será necesario contestar Elena Poniatowska. 

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