04 marzo 2010

Las bodas de Azar y Caridad

 

Circula en taxi por la ciudad. Un niño, cara sucia de siglos, se le acerca con las manos alzadas en forma de alcuza. Buscando una moneda en los bolsillos del traje, pierde unos segundos y, al levantar la vista, el niño se ha perdido ya entre la fila de coches a su espalda.

 

Hoy, no obstante, ha decidido hacer una buena obra, una obra de Caridad. Cuando se acerca su dirección de destino, se le ocurre una manera de resarcirse. Ya está.  Dará una propina desproporcionada al taxista, un viejo de cara noble que viste guayabera impoluta. Piensa que así el anciano podrá volver a casa un rato antes de lo habitual.

 

En efecto, con la cara y la voz iluminadas por la inusual gratificación, el anciano se despide, con una idea en su mente: llegar a la casa, siempre lejana, y descansar del tráfago del día.

 

En un cruce de vías, el Azar, disfrazado de expreso de las 17:59, arrolla fatalmente al taxi y su conductor.

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