24 noviembre 2011

Cabañas para pensar: una asociación de ideas que desemboca en el Dr. Atl

Paisaje con el Iztaccíhuatl , 1932 
Oigo a María Filomena Molder hablar en clase de la exposición "Cabañas para pensar", que estuvo en la Luis Seoane de La Coruña entre abril y julio pasados y que ahora está en el José Guerrero de Granada. Julián Rodríguez habla de cabañas, concretamente de Le cabanon de Le Corbusier, en una entrada de su blog. Hablo inesperadamente de cabañas con Alberto Ruiz de Samaniego, comisario de "Cabañas para pensar". Y ahora, encerrado en la biblioteca, trasunto citadino de la cabaña cuyo fértil aislamiento buscamos desesperadamente el resto de la semana, me acuerdo de una cabaña gozosa y creativa que, de conservarse, bien podría figurar en la lista de las diez elegidas por Ruiz de Samaniego. La que en las faldas del volcán Popocatéptl habitó durante cerca de dos años (1907-1909) Gerardo Murillo, el genial y exuberante Dr. Atl, verdadero (y olvidado) motor del muralismo mexicano. La cabaña desconocida ("bajo la sombra de un espeso bosque de oyameles") entre cuyas cuatro desnudas paredes de ·troncos y yerbas redactó "notas e impresiones", recogió "observaciones científicas", trazó "centenares de dibujos y pinturas". La choza en que nacieron sus famosos volcanes y los apuntes poéticos de "Las sinfonías del Popocatéptl", espléndida colectánea de emocionantes prosas poéticas que se nutre de la mejor prosa paisajística del 98 (vivificada por el dramatismo de los espacios americanos) y de la que aquí, por ser inencontrable para el lector español, queda un retazo:

"LA TEMPESTAD SILENCIOSA

La borrasca de nieve se ha abatido furiosamente contra los hielos durante todo el día. 
Los peñascos enormes que se levantan en filas paralelas en el límite de las nieves eternas, tienen todas sus oquedades y todas sus prominencias cubiertas de montones de blancos copos. La dureza de las capas de hielo ha desaparecido bajo la morbidez de la nieve recién caída. 
Al declinar la tarde la borrasca cesó y una niebla espesa y amarillenta cubrió toda la fría región. La oscuridad crecía de momento en momento. Rozando las nieves pasan pesadas nubes negras -una tan compacta y tan cerca de mí que institivamente levanté la mano y la introduje en su pardo y espeso seno-. En el mismo instante empezaron a caer a lo largo de mi brazo y sobre mi cabeza, gruesos granizos.
La nube me envolvió. Mis ojos atónitos miraban las violentas concentraciones de aquel vapor espeso, y mis manos ávidas, de las cuales había quitado los guantes, cogían entre la densa niebla los redondos granizos, pero mis ojos no pudieron ver cómo nacían. 
Largo tiempo estuve envuelto en aquel fluido generador de helados frutos y cuando la nube desapareció yo tenía la sensación que se experimenta al dejar los carretes de una pila eléctrica.
Un silencio extraño, inquietante, pesaba sobre los hielos y parecía moverse entre la claridad opaca de la niebla. Hacía un frío penetrante y húmedo ... Entre la atmósfera helada, empezaron a estallar tenues relámpagos. Repentinamente una violenta vibración eléctrica iluminó la niebla y un globo incandescente estalló sobre un peñasco, como un cohete enorme, pero sin producir ruido... y luego otro, y otro. Eran globos de un color verde intensísimo, rodeados de un halo rojizo. Estallaban vivísimamente y por todas partes, sin ruido, iluminando la bruma de un color imponderable, y saturando la atmósfera de un potete olor a ozono. 
Una extraña fuerza me hizo ponerme en pie sobre la roca en inconsciente movimiento de deseo. Sobre mi cuerpo estallaron con fúlgida y silenciosa rapidez aquellos extraños mundos eléctricos.
En el seno de la nube hendido por la punta de la montaña, los negros peñascos, cubiertos de nieve, presenciaban impasibles el espectáculo maravilloso, y las vibraciones ignoraban que entre su luz había un hombre." (De Gerardo Murillo, "Dr. Atl:" Obras 2. Creación literaria, El Colegio Nacional, México, 2006)

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