21 agosto 2013

Un poema de Rui Knopfli

PESSOA REVISITED

 

Esta noche te encuentro, poeta.

Esta noche, que no es antiquísima,

ni idéntica por dentro

al silencio,

sino apenas lúcido abismo de mi insomnio,

sigo desde la orilla

el río de tus versos.

En algún momento todos los poetas

se encuentran contigo.

Aun los menores como yo

o mi vecino de al lado,

que es contable, no escribe versos

y destroza el violín en las horas de ocio.

Miro esta noche y pienso

los versos reaccionarios

en que reiventaste el sentido de las palabras

y te negabas.

Te negabas en la irónica contradicción

de los conceptos escalpelizados

y aun

en la matemática cortesía de la correspondencia comercial,

con la misma soltura

con que un Einstein especula con espacios interestelares

y la diurna y bizarra noche galáctica.

Tu genio desmedido

frustraba en ti

el burócrata para uso externo.

Y reías, en alto

como un insulto amargo,

por detrás

del Álvaro de Campos snob,

u oculto

en la frialdad geométrica y lejana

de Ricardo Reis.

Cerebrales, fríos, son,

dicen,

tus versos.

Lo son como quien habla, lenta,

pausadamente,

disimulando en la garganta el nudo de la angustia.

Frente

a la ajena ignorancia del tiempo absurdo,

con la miopía y el bigote estrecho

del escribiente que se finge cómico,

habitaban

el genio y la náusea.

Con el gesto banal y repetido de quien

enciende el cigarro

abriste las puertas del asombro

e hiciste creer que eran las de la depensa.

Por eso

hoy nos limitamos a entrar,

por eso dormimos hoy con la cabeza

en tus versos,

hablamos con aire despreocupado

de Pessoa, a la hora del café,

y te visitamos con secreta religiosidad.

Ahora que te has ido,

sin que nos diésemos cuenta,

desapercibido, caminando de puntillas,

en vano te buscamos,

en vano rezan por ti largas loas,

en periódicos que rezuman cultura,

en vano te imitamos,

en vano la estridencia de nuestro arrepentimiento.

Allá donde habitas no hay sonido

y ni siquiera te incomodan en el lecho

las duras piedras y la tierra caliente de las raíces.

El día 30 de noviembre de 1935

aquí hacía sol

y yo,

desde la acera,

veía pasar los tranvías sin entenderlos

y resumía el sueño en la nitidez golosa

del pan con mantequilla,

sentado a miles de quilómetros de tu muerte.

Sabrás perdonarme que no haya ido

a tu entierro anónimo.

 

(De O País dos Outros, 1959)

Traducción: L.M.M.

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