12 enero 2014

Curiosities of Literature (VI): Un sabio consejo

EL ATINADO CONSEJO DE UN VIEJO PECADOR LITERARIO

Desde siempre autores mediocres han martirizado al público; autores que sólo permanecen en la memoria por el número de malos volúmenes que su desgraciada industria nos ha legado. Uno de ellos es el Abbé de Marolles, por lo demás un hombre estimable e ingenioso, y patriarca de los coleccionistas de grabados.

Marolles era un notable escribano; tan violentos eran los ataques de imprenta que le atormentaban que publicaba incluso listas y catálogos de sus amigos. Yo he visto al final de una de sus obras una lista de los nombres de aquellos que le habían prestado libros. Publicaba sus obras a sus propias expensas, la única manera de que los editores las aceptaran. Ménage ha dicho de sus obras, “La razón por la que aprecio la obra del Abbé es la belleza de sus encuadernaciones; las enriquece con tal gusto que uno encuentra placer en solo mirarlas”. Sobre un libro con versiones de los epigramas de Marcial un crítico escribió: Epigramas contra Marcial. Otra vez, deseoso de nuevas tareas, nuestro Abbé emprendió la traducción de la Biblia; pero como incluyera las notas del visionario Isaac de la Peyrère, la obra fue quemada en la hoguera por orden del tribunal eclesiástico. También era prolífico versador, y un día le dijo exultante a un poeta que no le costaba nada componer sus versos. “Cuestan exactamente lo que valen”, replicó el sarcástico crítico. De Marolles, en sus Memorias, se queja amargamente de la injusticia de que fue objeto por sus contemporáneos; y afirma que, pese al escaso favor del público, dio a la imprenta, según un ajustado cálculo, ciento treinta y tres mil ciento veinticuatro versos. Pese a todo, no fue éste el más grave de sus pecados literarios. Pues demostró fehacientemente que un traductor puede perfectamente comprender el idioma de su original, y aun así producir una traducción ilegible.

En la primera parte de su vida, este desafortunado autor había albergado sanas ambiciones; solo cuando se desencantó de sus proyectos políticos resolvió dedicarse por entero a la literatura. Como era negado para las composiciones originales, se hizo conocido por sus malísimas traducciones. Tradujo cerca de ochenta volúmenes, que nunca han recibido el favor de los críticos; ni siquiera por casualidad conservan un pasaje del espíritu de sus originales.

Se cuenta una llamativa anécdota sobre sus traducciones. Cuando este honesto traductor llegó a un pasaje difícil, escribió en el margen, “No he traducido este pasaje por ser muy difícil, y porque nunca he llegado a entenderlo”.

Persistió hasta sus últimos días su pasión por publicar libros; y como sus lectores habían hace mucho desaparecido, se vio obligado a regalárselos a sus amigos, quienes, probablemente, nunca los leyeron.  Tras una vida literaria de cerca de cuarenta años, dio a la luz pública una obra no desprovista de interés, sus Memorias, que dedicó a una larga relación de todos sus amigos ilustres. La Epístola con la dedicatoria contiene un sabio consejo a los autores.


“He olvidado decirte que no aconsejo a mis parientes o amigos dedicarse, como yo he hecho, al estudio, y en particular a la composición de libros, si piensa que así acrecentará su fama o fortuna. Estoy convencido de que, de todos los hombres del reino, ninguno es más despreciado que aquel que se consagra por entero a la literatura. Los escasos que obtienen éxito en ese orden de la vida (no podría citar más de dos o tres) no deben obnubilar nuestro entendimiento, ni de su caso debe extraerse consecuencia alguna extrapolable a los demás. Sé de qué hablo por propia experiencia, y por la de muchos de vosotros, y de muchos aun que ya no están entre nosotros, y a quienes conocí. Creedme, caballeros, para aspirar a los favores de la fortuna, lo único sensato es volverse indispensable, suave y obsequioso con aquellos que poseen crédito y autoridad; adular a los poderosos; sonreír, mientras se soportan todo tipo de mofas y desprecios cuando te hacen el honor de divertirse contigo; nunca asustarse de los mil obstáculos que se nos opondrán; insultar a hombres valiosos cuando son perseguidos; raramente aventurarse a decir la verdad; parecer devoto, manteniendo todos los escrúpulos soportables de la religión, al tiempo que se rechaza cualquier dogma que choque con nuestros intereses. Fuera de estas, cualquier otra consecución es, de hecho, superflua.”

Traducción: LMM

2 comentarios:

  1. Sí que es bueno el consejo, pero es todavía mejor la fotografía rápida que haces de este hombre, que pareciera haberse escapado de la biblioteca Brautigan. :-)

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  2. Hallado en las espléndidas "Curiosities" de Isaac Disraeli, beijos

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