23 octubre 2014

"El fruto de la gramática", nuevos poemas de Nuno Júdice



Cada nuevo libro de poemas de Nuno Júdice es motivo de celebración, una promesa de verdadera poesía. El más reciente se titula O fruto da gramática (El fruto de la gramática), y acaba de publicarlo la Dom Quixote. Aquí quedan tres de sus poemas, en los que Júdice vuelve, con aire nuevo, a algunos de los asuntos que nunca ha llegado a abandonar.



QUÉ ES LA POESÍA

Es posible que este poema no sea
un poema. De hecho, aunque escrito en verso,
con cesuras que están en el lugar en que
deben, unas, y donde no deben, otras,
y a pesar del ritmo que sigue algunas de las reglas
propias de un discurso con marcas musicales,
que produce el placer de la armonía de vocales
y consonantes para los oídos más atentos, este
poema puede, en la consideración de algunos,
no ser un poema, o no formar parte
de aquello a que se da el nombre de poesía. Una frase
más larga de lo habitual, en vez del discurso
equilibrado y acorde con los hábitos
de la dicción; o un raciocinio que nace de una discusión
técnica sobre las reglas que el poeta debería
seguir para llegar a su objetivo; he aquí
dos motivos más que suficientes para que se diga
que este poema no es tal. No obstante, otros pueden
traer argumentos más profundos: que falta aquí
una trascendencia, un sublime, un contacto
con lo divino. Estos son los clásicos. O que
no se siente la presencia de una inspiración de carne
y hueso, de la piel tersa de aquella que se aproxima, sin
que aún podamos verla, y que nos dice al oído la palabra
de amor: son los románticos. O incluso que nada de este
debería tener un sentido, y que las imágenes tendrían
que ir las unas contra las otras en la bolsa de la estrofa: son
los modernos.
Dejo que discutan los unos con los otros, intercambiando
sus argumentos y sus ambiciones, y espero a que
me digas que este poema que todo apartó cuando
llegaste a mi lado, es un poema; y si me lo dices,
sabré entonces que es tuyo este poema, y el resto
que quede para quien cree saber qué es,
o no es, la poesía.


NUEVO TRATADO DE BOTÁNICA

Cuando encuentro en un libro nombres de árboles, de flores,
de cualquier planta que no conozco, no voy a los tratados
de botánica a ver la imagen natural con la respectiva
descripción. Me basta con imaginarlas, aunque pinte de azul
flores que son blancas en la realidad, o vea hojas largas
en un árbol de hojas pequeñas, y descubra raíces
profundas en un arbusto que se arranca simplemente con la mano. De hecho,
la vegetación poética va a encontrar en los nombres de las plantas
su verdadera naturaleza. El nenúfar se transforma
en una planta aérea, como una gran nube que pasa
por el cielo de la memoria; y los lirios son como cardúmenes
que huyen por entre los versos, dejando un rastro
de violín a su paso. Necesitaría una estrofa
grande como un invernadero para cultivar lo que solo
crece en la tierra de las palabras; y cuando llegase
la primavera, aunque esta no fuese más que
el lugar común de la poesía lírica, la vestiría con
el amarillo de los abetos, el morado de las espigas y el rojo
sangre de las violetas. Caminaría bajo la melancolía
de los pinos, y oiría cantar a los pájaros en las copas
frondosas de una palmera. ¿Y la ciencia, me preguntais?
En el poema, respondo, la única ciencia es la realidad
que las imágenes inventan; y cuando miro hacia
el campo, por la ventanilla del automóvil, no quiero saber
qué árboles son aquellos, ni cuál el color de sus flores.



RECUERDOS DE VIAJE

En los hoteles de provincias, las ventanas
cerradas a la calle y abiertas a
oscuros zaguanes, había siempre una biblia
en la mesa de cabecera. Parecía que sus hojas,
atadas por una goma, no habían sido
nunca abiertas; y el polvo de la capa nos ensuciaría
los dedos si llegásemos a tocarla. No sé
qué había dentro de esas biblias; y
si nunca las abrí fue para no encontrar
unas líneas que alguien habría escrito contando
su soledad, un subrayado en que se intenta
dar una respuesta al miedo a la muerte, o
un simple punto de interrogación en la frase
oscura del profeta, como si el destino
de lo sagrado fuese representar el misterio. Pero
nunca me acerqué esas biblias al oído, para
que me contasen lo que habían oído en las noches
de una habitación sombría de un hotel
de provincias, las ventanas abiertas
al zaguán donde gritos y gemidos
de amor se habían perdido, y sordas confesiones
todavía fluctúan en un limbo
de antiguas existencias.






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