Me cuentan que la habitación roja de Cildo Meireles está en el MUAC de la Ciudad Universitaria. Y me digo que me gustaría ir a vivir (al menos un rato) en ella.
Me digo que me gustaría, sobre todo, sentarme en ese escritorio rojo. Como cada noche me siento en este escritorio mío; no rojo, negro. Frente a la jacaranda que tras la cristalera me observa, maravillándose quizás de este extraño oficio, lejana aún la época en que, florecida, se olvida de mí y de mi extraño oficio y se muestra al mundo.
Ir puliendo, pausadamente, sin prisa, el rojo barniz de cada uno de esos objetos. Los a primera vista imprescindibles para el escritor: ventilador, lámpara, máquina de escribir, papel. Pero también los que pueden parecer accesorios, pero que son en realidad los más importantes. Las plumas, el cuaderno de notas, el espléndido pisapapeles.
Sentarme en la habitación roja y escribir. Sólo por ver si la tinta, roja, inunda de vida las venas de quien en mi mente, esta noche, creo.
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