Son ya varios los volúmenes de la ingente correspondencia de Jorge de Sena que han visto la luz en los últimos tiempos gracias a la labor de su viuda, Mécia de Sena, y de Jorge Fazenda Lourenço; entre otros, los que recogen las cartas intercambiadas entre Sena y Sophia de Mello, Eduardo Lourenço, José Régio, Vergílio Ferreira,… El de más reciente aparición recoge parte sustancial de las jugosas cartas que Sena y António Ramos Rosa se enviaron entre 1952 y el año de la muerte del primero. Como a buen seguro la correspondencia entre estos dos gigantes dará para mucho (y a ella volveremos a referirnos), quedémonos hoy con un trecho de la relación epistolar en que ambos correspondientes definen su visión del oficio poético. La de Sena es su breve, pero definitiva, versión de la rilkeana Carta al joven poeta; la de Ramos Rosa, la inevitable respuesta del joven poeta al maestro (que nos negó Rilke). Dos veneros que nacen de fuentes distintas (la del compromiso radicalmente individual Sena; la de la aspiración del todo Ramos Rosa), pero que confluyen inevitablemente en la pasión con que ambos dedican sus vidas al poema.
Jorge de Sena: “La poesía es un veneno que liquida más o menos deprisa a la persona que inocula. Siempre ha sido así: no se imagine que eso es una conquista amena de la poesía moderna. No. Siempre lo fue, como actividad absorbente del espíritu, como ocupada ociosidad. Lo que nunca fue, a no ser después de brillantes épocas, es un veneno de segunda mano, es decir, un veneno no por sí mismo sino porque nos dejemos llevar en el aroma que desprenden otros realmente envenenados… Para mí el mayor peligro es precisamente este: el de, si somos poetas, serlo menos arriesgadamente de lo que merecería la pena. La comunión de la poesía ajena, de la mejor, es un incentivo insaciable y una consolación. ¿Me permite que le diga algo? Tengo la impresión de que ustedes [los jóvenes poetas] leen demasiada poesía (¿sabe usted que nosotros, los poetas, somos tradicionalmente los peores y más descuidados lectores de versos?) – se embeben de poesía… y van después a verla, a buscarla, a identificarla, en las cosas, en los acontecimientos, en las palabras. Y claro que la encuentran. Pero aquella otra, única, que habría de acercase un día hasta ustedes –esa nunca llega. Y después, se pierde el hábito… y puede que no vuelva nunca más. Y la persona continúa siendo poeta por ocupación, más perspicaz y más hábil cuanto más siente que huye la otra, y que necesita justificar a sus propios ojos una existencia comprometida por la mirada ajena. Porque no es el derecho de no hacer lo que no queremos hacer lo que nos convierte en poetas: es la propia actividad poética la que nos niega ciertas cosas en que no puede ella apoltronarse perezosamente.” (27/01/1953)
António Ramos Rosa: “!Qué difícil y qué fácil ser poeta! Ser poeta –he ahí el enorme problema: ¿se es poeta? Reconociendo la osadía de basarme en mí mismo, diré que yo, si soy poeta, al cabo no lo soy porque de nada me ha valido serlo. Ser poeta debería imponer una presencia constante, válida, luminosa, el poeta debería bastarse enteramente a sí mismo y transportar consigo el universo. Pero, ¿quien, !ay!, se siente hoy con fuerzas para semejante tarea? ¿Acaso no está muriendo la poesía? ¿La posibilidad de este imponderable que es la poesía no es al final un resultado de un todo cultural, socio-económico que falta aquí por completo? ¿Dónde queda esa independencia del poeta o, por otro lado, no es la independencia algo que se consigue gracias a ese complejo todo socio-económico-cultural? Claro que los que no son poetas tienen siempre mil determinismos para explicar la razón por la que no son genios… ¿Pero no se puede plantear la cuestión en estos términos?” (18/04/1953)
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