04 febrero 2014

Ilustrarte

IMG00028-20120114-1628Este post llega con dos años de retraso. Los que han pasado desde que, por azar, descubrí Ilustrarte, la Bienal Internacional de Ilustración Infantil, que se celebra en Lisboa y otras cuantas ciudades europeas en los años pares. Fue una mañana de domingo, una de esas cálidas mañanas que, cada cierto tiempo, nos regalan los inviernos lisboetas, y en las que el sol cae a plomo, sobre todo a la vera del Tajo. Por inercia, o quizás buscando la sombra y el fresco del Museu da Electricidade, que en esto hace las veces de catedral profana en estos rumbos portuarios, entré en el imponente vestigio industrial reconvertido, con criterio (la única reconversión industrial exitosa de que uno tiene noticia), en Museo. Y lo que hallé dentro me maravilló; con ese asombro particularmente gozoso de lo que se encuentra sin ser buscado. El asombro, por cierto, que acompaña al descubrimiento de las primeras letras; a las lecturas que más se disfrutan (al menos en la memoria), y cuya elección no la determinan los nombres escritos en las portadas de los libros, ni siquiera los títulos, sino otros caminos, más profundos y misteriosos, que afortunadamente nunca llegaremos a conocer del todo. Caminos que me condujeron, entre las múltiples posibilidades abiertas en aquella sala del Museo, a tres títulos: 1000 Zanimaux, de la iraní Morteza Zahedide que couleur est le vent? de la belga Anne Herbauts y Die Grosse Flut, de las suizas Evelyne Laube y Nina Wehrle, que firman colectivamente como It's raining elephants. Títulos y autores que, sin decirme nada, me decían lo realmente importante. Guardo en la memoria sobre todo el último, en torno a uno de los temas por excelencia de eso que llaman "literatura infantil", el del gran diluvio y el arca de Noé, y que he intentando conseguir más tarde sin éxito, aunque aquí se pueden ver alguna de sus ilustraciones. En la mejor tradición de los libros iluminados medievales, las autoras parten de la reproducción literal de los versículos 5 a 9 del Génesis (¿quién ha dicho que los niños tienen que leer la gran literatura reescrita o reinterpretada?), para crear un universo de imágenes poderosísimas, de ésas que se quedan en la cabeza de uno dando vueltas durante largo tiempo. Y demuestran, de paso, lo mucho que da de sí la discusión acerca de la relación de los niños con la literatura, y de nosotros con la literatura escrita para niños -asunto sobre el que mis amigos de La Atrevida, Paulo y Javi, de quien otro día hablaré, vienen reflexionando, y no sólo con palabras, sino con bellos hechos, desde hace tiempo. 

Viene lo anterior al caso porque desde hace quince días y hasta comienzos de marzo hay una razón más para visitar esta Lisboa invernal: el Museu da Electricidade acoge la nueva edición de Ilustrarte, de la que espero no tardar otros dos años en dar noticia. 

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