Pues sí, la escena de cada año vuelve a repetirse. La reacción de algunos a la concesión del Nobel de Literatura me recuerda a la de Mourinho ante el desenlace de los torneos futbolísticos de verano: si lo ganan ellos o uno de los suyos (esto es, uno de quien hayan leído algo, y sí, también vale una reseña en un suplemento cultural), el Nobel les parece la corona de laurel que le franquea a ese autor —y, por ende, a ellos, sus lectores— las puertas del Parnaso; si lo pierden (es decir, si se lo dan a alguien a quien no han leído), se acuerdan de Echegaray.
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