Portada de Elegías de Londres (1987), en la edición de la Imprensa Nacional- Casa da Moeda, sobre dibujo de Paula Rego. |
SEGUNDA
ELEGÍA
Ver
lentamente transparente
lo que
desde el inicio casi siempre
se
ocultara —
la
misma luz de la infancia
emanando
del
interior del ser y del centro de la tierra
(el
cuerpo de cinco años un cuerpo de luz
por
entre la luz apabullante del huerto africano
que mi
madre plantara)
hasta
ese promontorio extremo
de la
percepción deslumbrada
era un
balcón
al cabo
secreto
ambigua
presencia
sin
relación con todo pero
que
oprimía
Desde
siempre
hubo planes
sin
relación intrínseca
cuyo
desencuentro yo sufría
las
fuentes
que no
se tocaban
por
detrás de todo
la
tiranía doméstica
emblema
de la injusticia
universal
Pero la
luz me llevaba siempre
de la
mano
La
propia inocencia prolongada del cuerpo
era una
iridiscencia
que
sobrevivió a la túnica rasgada
muchos
años más tarde
en la
roca del deseo
En el
terror se ocultaba lo que yo no entendía
miasma
de la soledad brutal
Todo
era ajeno
todo me era voluntariamente
alejado
de la alianza
que el
corazón gritaba cada vez más alto
queriendo
alcanzar
Ambiente
decían
impropio para el consumo
Todos
los días se hablaba de regreso
Niños
negros con quienes raramente jugaba
en la
sanzala
lejos
bien lejos de la casa
casa
grande
que
llamaban palacio
Noches
noches
enteras
un batuque
muy muy
lejano
Son que
me laceraba hasta la angustia
en un
deseo en una nostalgia sin nombre
de no
sé qué no sé dónde
Lo que
nunca tiene explicación
comenzó
en ese ritmo lejanísimo
oído
interminablemente toda la noche
Joaquín
ayo adorado
que me bañaba
y sin palabras
me
dejaba lavar
las partes que Camões
llama
vergonzosas
y no lo
son
nunca lo fueron
El
cocinero —no recuerdo su nombre—
que me
contaba historias en que siempre había animales
dentro
de otros animales
Regreso
conversaciones
obsesivas
sobre
el regreso
siempre frustrado
a Europa
(la metrópoli era Moscú
para
aquella gente en nada parecida a la dulzura
de las
tres hermanas chejovianas)
pero
era allí
en
aquella oriental costa africana
donde
yo había nacido
aunque espiritualmente me la negaran
después
de la violación secular
Barquitos
de corteza de sumaúma
que
puse a flote en Mentangula
en el
lago Niassa
mes
paradisíaco de mi infancia
Los
crepúsculos vistos desde la terraza del palacio
en
Villa Cabral
lejos muy
lejanamente
en la franja postrera del horizonte
el Lago
ardiendo en plata
Por
todos lados el misterio se encarnaba
natural
como la selva a dos pasos
de la
casa grande
Solo siendo
adulto he habitado en la memoria
ese
misterio que la tiranía blanca
intentó
destruir
El
enigma de ciertas miradas africanas
sobre
todo las madres
pegadas a los hijos al cuerpo
por la capulana
Mirada
semejante a la que me vino a traspasar
siglos
después en los indios de México
Clotilde
que era joven feliz y murió en el parto
Dada la
alarma
dejado
yo a solas en el caserón con los criados
oí un
grito que era imposible que hubiese oído
y fue
una mueca
un vagido cósmico
el primero
La
soledad clavaba garras profundas
imborrables
El amor
se dilataba en un horizonte tan lejano
que
solo las lágrimas a veces alcanzaban
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