25 abril 2015

Dos poemas de Ruy Cinatti

Ruy Cinatti, Lisboa, 1965,
fotografía de João Cutileiro
Por el imperio colonial portugués en descomposición anduvieron algunos de los mejores poetas que esa lengua ha dado en la segunda mitad del siglo pasado. Si Rui Knopfli es el poeta de Lourenço Marques, Ruy Cinatti (1915-1986) lo será de Timor Oriental. Nacido en Londres (en una familia de diplomáticos), formado como ingeniero agrónomo, fundador en Lisboa de la influyente revista Cadernos de poesia, Cinatti pronto comenzará a trasegar los caminos del imperio. Tras un paso iniciático por las islas atlánticas de São Tomé e Príncipe y Cabo Verde, a mediados de los cuarenta desembarca en esa otra isla, "roja y verde", de Timor, que habrá de marcar definitivamente su existencia. A ella volverá en otros periodos, sirviendo en diversos puestos de la Administración colonial. Y a ella dedicará parte sustancial de su obra como antropólogo (por ejemplo, un bello Cancioneiro para Timor donde el estudio de costumbres se funde con la fotografía y la poesía), pero también y sobre todo algunos de sus mejores poemas, casi siempre los más emocionantes en el conjunto de una obra tan amplia como irregular. Aquí quedan dos, extraídos del libro Uma Sequência Timorense (1970).


PROPÓSITO INAPLAZABLE

Lo que duele es ver al pobre
timorense escuálido beber
agua del pantano,
donde desaguan desperdicios,
comer tierra
y saludarme, cuando
circulo por la carretera,
dios ocioso.

Tantos y tantos otros,
timorenses escuálidos,
me miran como si su deber fuese
cavar fosas,
plantar un banquete
de maíz, arroz y carne,
llenar copas vacías,
de borrachera y sueño,
que no duela,
mortifique el ocio,
reanime el tiempo.

Huir es mejor que prometer
esperanza para mejores días.

Huir es atrasar
el discurso límite
frenado por las ruedas
de la duda maníaca.

Yo no prometo nada.
Invoco los montes
heridos por la luz,
el mar que me circunda
en Dili, tierra-tedio y de mala gente.

Me afino según el timbre
limpio de las almas
de los timorenses escuálidos
que me deletrean vivo.

Y sigo,
limpios el alma y el rostro,
sujeto a la condición que me redime.
Los timorenses solo tendrán razón
cuando me maten.


EN TIERRAS DE NÁRI-LAUTEM

De la gente,
el bullicio matutino.
De la gente
bello el acorde de los gallos
abriendo las alas
sobre los túmulos.
Bello
el sol que limpiaba
los ojos
de los niños
que tropezaban con el día.
De la gente,
también, y sabio,
el pensar de los viejos.

Y solo quedó
el cementerio pegado
a las casas ya podridas.

Solo los muertos no han muerto
en Nari, tierra de gente.


Traducción: LMM

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