17 junio 2012

Sobres

enemEl correo postal (los sobres, las cartas, las postales) parece haber quedado reducido a la condición de artefacto cuasi arqueológico, tan oscuros sus arcanos a nuestros tiempos como los de los puentes romanos, las señales de humo o el silbo gomero. Frente a la evanescencia de las formas de comunicación devenidas ley, el correo requiere, en lo material, planificación; así, no solo se ha de estar provisto de papel y sobre (a ser posible buenos, como estos de B&B), sino que también se deben conocer las tarifas para el destino de la carta, comprar las correspondientes estampillas y, por fin, localizar un buzón —tarea que, en algunos países, como el mío, es casi más complicada que la de hallar un trilobites. Y, lo más importante, ha de pensarse antes de escribir, aunque solo sea por compensar mínimanente las molestias que uno se ha tomado en el proceso y las que, imagina, otros se tomarán para hacer llegar la carta a su destino. Todo lo contrario, en fin, a la inmediatez (de pensamiento y de acción), y a la consiguiente incuria propias (mea culpa!) del e-mail. Pese a todo, uno sigue escribiendo y recibiendo cartas, enviando y recibiendo sobres. Sobres que contienen un día noticias de amigos, otro libros. La cosecha de las últimas semanas ha sido generosa: llegaron, primero, noticias de mi querida K., que se ha convertido gentilmente en uno de los cordones umbilicales con esa madre lejana y dolorosa que es para mí México; más tarde, el bello catálogo de Mar de afuera, la exposición de fotografías de Manuel Vilariño comisariada por Alberto Ruiz de Samaniego (que escribe para la ocasión un espléndido texto); por fin, un sobre de la Isla de Siltolá en que el laico pontífice (¿qué más alta tarea cabe a la poesía que la de construir o restaurar puentes?) de esa gentil Répública que es Siltolá, Javier Sánchez Menéndez, me envía su Teoría de las inclinaciones, la antología de Álvaro Valverde, Un centro fugitivo (de la que tanto y tan bueno se ha escrito ya) y el último número (que hace el séptimo) de la Revista de la Isla de Siltolá, donde ha tenido la gentileza de incluir una demasiado generosa reseña de mi Continuo mudar por Miguel Ángel Lama. Sabrosos “alimentos terrenales”´de que espero nutrirme en las próximas semanas, aprovechando que las jacarandas del Jardim 9 de avril (tardías, en comparación con las mexicanas, y de un azul más claro, según P.), me tienden su alfombra delante de este banco, que se ha convertido en los últimos meses en mi amable compañero de lecturas.

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