EL
ATINADO CONSEJO DE UN VIEJO PECADOR LITERARIO
Desde siempre autores mediocres han martirizado
al público; autores que sólo permanecen en la memoria por el número de malos
volúmenes que su desgraciada industria nos ha legado. Uno de ellos es el Abbé
de Marolles, por lo demás un hombre estimable e ingenioso, y patriarca de los
coleccionistas de grabados.
Marolles era un notable escribano; tan
violentos eran los ataques de imprenta que le atormentaban que publicaba
incluso listas y catálogos de sus amigos. Yo he visto al final de una de sus
obras una lista de los nombres de aquellos que le habían prestado libros.
Publicaba sus obras a sus propias expensas, la única manera de que los editores
las aceptaran. Ménage ha dicho de sus obras, “La razón por la que aprecio la
obra del Abbé es la belleza de sus encuadernaciones; las enriquece con tal
gusto que uno encuentra placer en solo mirarlas”. Sobre un libro con versiones
de los epigramas de Marcial un crítico escribió: Epigramas contra Marcial. Otra vez, deseoso de nuevas tareas,
nuestro Abbé emprendió la traducción de la Biblia; pero como incluyera las
notas del visionario Isaac de la Peyrère, la obra fue quemada en la hoguera por
orden del tribunal eclesiástico. También era prolífico versador, y un día le
dijo exultante a un poeta que no le costaba nada componer sus versos. “Cuestan
exactamente lo que valen”, replicó el sarcástico crítico. De Marolles, en sus Memorias, se queja amargamente de la
injusticia de que fue objeto por sus contemporáneos; y afirma que, pese al
escaso favor del público, dio a la imprenta, según un ajustado cálculo, ciento
treinta y tres mil ciento veinticuatro versos. Pese a todo, no fue éste el más
grave de sus pecados literarios. Pues demostró fehacientemente que un traductor
puede perfectamente comprender el idioma de su original, y aun así producir una
traducción ilegible.
En la primera parte de su vida, este
desafortunado autor había albergado sanas ambiciones; solo cuando se desencantó
de sus proyectos políticos resolvió dedicarse por entero a la literatura. Como
era negado para las composiciones originales, se hizo conocido por sus
malísimas traducciones. Tradujo cerca de ochenta volúmenes, que nunca han
recibido el favor de los críticos; ni siquiera por casualidad conservan un pasaje
del espíritu de sus originales.
Se cuenta una llamativa anécdota sobre sus
traducciones. Cuando este honesto traductor llegó a un pasaje difícil, escribió
en el margen, “No he traducido este pasaje por ser muy difícil, y porque nunca
he llegado a entenderlo”.
Persistió hasta sus últimos días su pasión
por publicar libros; y como sus lectores habían hace mucho desaparecido, se vio
obligado a regalárselos a sus amigos, quienes, probablemente, nunca los
leyeron. Tras una vida literaria de
cerca de cuarenta años, dio a la luz pública una obra no desprovista de
interés, sus Memorias, que dedicó a
una larga relación de todos sus amigos ilustres. La Epístola con la dedicatoria
contiene un sabio consejo a los autores.
“He olvidado decirte que no aconsejo a mis
parientes o amigos dedicarse, como yo he hecho, al estudio, y en particular a
la composición de libros, si piensa que así acrecentará su fama o fortuna.
Estoy convencido de que, de todos los hombres del reino, ninguno es más
despreciado que aquel que se consagra por entero a la literatura. Los escasos
que obtienen éxito en ese orden de la vida (no podría citar más de dos o tres)
no deben obnubilar nuestro entendimiento, ni de su caso debe extraerse
consecuencia alguna extrapolable a los demás. Sé de qué hablo por propia
experiencia, y por la de muchos de vosotros, y de muchos aun que ya no están
entre nosotros, y a quienes conocí. Creedme, caballeros, para aspirar a los
favores de la fortuna, lo único sensato es volverse indispensable, suave y
obsequioso con aquellos que poseen crédito y autoridad; adular a los poderosos;
sonreír, mientras se soportan todo tipo de mofas y desprecios cuando te hacen
el honor de divertirse contigo; nunca asustarse de los mil obstáculos que se
nos opondrán; insultar a hombres valiosos cuando son perseguidos; raramente
aventurarse a decir la verdad; parecer devoto, manteniendo todos los escrúpulos
soportables de la religión, al tiempo que se rechaza cualquier dogma que choque
con nuestros intereses. Fuera de estas, cualquier otra consecución es, de
hecho, superflua.”
Traducción: LMM
Sí que es bueno el consejo, pero es todavía mejor la fotografía rápida que haces de este hombre, que pareciera haberse escapado de la biblioteca Brautigan. :-)
ResponderEliminarHallado en las espléndidas "Curiosities" de Isaac Disraeli, beijos
ResponderEliminar