La muerte del editor Vallcorba ha llenado estos días pasados los periódicos patrios de
necrológicas, loas fúnebres y valoraciones más o menos ligeras acerca de su labor de
décadas como editor al frente de Quaderns Crema y, sobre todo,
de Acantilado. Me ahorraré referirme a aquellas que por su estupidez (producto,
quiero creer, del despoblamiento estacional de las redacciones) se descalifican
a sí mismas: por ejemplo, a esas listas sobre los principales “descubrimientos
literarios” de Acantilado, con Montaigne, Chateaubriand y Pessoa a la cabeza. No conocí a Vallcorba personalmente ni tengo referencias directas de su trabajo académico, y por lo tanto no seré yo quien discuta la segura justicia de las alabanzas recibidas por uno y otro. Tampoco tengo elementos de juicio para valorar lo que pueda haber significado para el libro en catalán
Quaderns Crema, cuyo catálogo y circunstancia solo conozco muy someramente.
Ciñéndome, pues, a Acantilado, hago notar mi sorpresa por no haber encontrado
entre toda esa literatura volátil ninguna referencia a la
que siempre me ha parecido principal virtud de Vallcorba: la de haber sido un magnífico
empresario, esto es, alguien con un don especial para adicionar un “valor” a su
producto. No de otra manera consigo explicarme algunos de sus éxitos como editor. Por
ejemplo, su traducción de los Essais
de Montaigne. ¿Por qué Acantilado conseguía vender a 58 euros, y no mal por lo
que parece, lo que otros editores tenían dificultades para colocar a la mitad
de precio? ¿Por criterios estrictamente literarios: una mejor traducción, por
ejemplo? No parece que en este caso esa sea la razón principal, como aquí se apunta. ¿Cómo entonces? Conociendo los gustos y pretensiones de sus consumidores,
los potenciales compradores de esos libros. Y vistiendo al santo con razones a veces literarias y otras no tanto. En el caso de los Ensayos del de Montaigne, vendiendo no tanto al autor cuanto una edición que se anuncia como “definitiva” del mismo—como si lo esencial no fuesen las más de mil páginas de sabiduría montaigneana
que por fuerza coinciden en una u otra edición, sino aquello que hacía especial
la de Acantilado: y que generaba en el comprador la necesidad de hacerse con ella a cualquier precio,
por más que ese mismo comprador no conociese ninguna de las ediciones anteriores (ni
por tanto pudiese tomar un punto de comparación), ni tampoco tuviese ninguna
intención de leer la nueva. Ese conocimiento del mercado ha ido siempre
acompañado de un ejercicio de marketing extremadamente eficaz. Y de la recuperación de algunos instrumentos de difusión que se creían superados o poco apropiados para la "literatura seria": la publicación de Zweig, conscientemente espaciada a lo largo de un buen número de años, es en sí misma un folletín, y uno muy eficaz si se tiene en cuenta la cantidad de lectores que así nos hemos "enganchado" al mundo del vienés, quien, por cierto, y por más que ahora se quiera pasar por alto este extremo, nunca había dejado de ser editado entre nosotros. Herramientas todas ellas que
han convertido a Acantilado en una marca lo suficientemente fuerte como para
generar un nicho de consumidores fieles. He conocido, en España y también en México, a un
buen número de ellos que compraban sus libros por la misma razón que un
consumidor habitual de hamburguesas prefiere una marca a la otra: por fidelidad a
esa marca. Un modelo de negocio que quizás sea ya objeto de estudio en las business schools -o quizás no; al fin y al cabo no tengo la certeza de que a la gente del mundo de los negocios le interese uno tan sufrido y por lo que dicen los editores tan poco rentable.
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