03 febrero 2012

La nueva vida de Luiz Pacheco


Creo que la salida en Tinta da China de "Puta que os pariu", la biografía de Luiz Pacheco escrita por João Pedro George, es ocasión propicia para hablar del enfant terrible de la literatura portuguesa de la segunda mitad del XX. Aunque más que enfant terrible, Pacheco fue, desde niño, un viejo, un vieillard terrible, o por decirlo en vernáculo, un velhote o un viejo verde que escribe. Del joven apadrinado por los surrealistas del "Café gelo" al pope borrachales que, desde el púlpito soez de un manicomio o una residencia de ancianos, predicaba en sus últimos años de vida la anti-literatura a una grey de jóvenes aspirantes a escritor cada vez más numerosa (http://www.youtube.com/watch?v=2LRE0-iikNc), Pacheco es el negativo fotográfico del hombre de letras, del intelectual, del crítico, del editor, de toda esa caterva de chupópteros que pululan en torno a la literatura y que serán siempre el blanco favorito de sus dardos envenenados. Los destinatarios inmediatos del exabrupto que da título al libro de George, del corte de mangas, el “manguito”, el “Toma!”, que el Pacheco icónico de la fotografía, heredero universal y conciencia contemporánea del genial Zé Povinho de Bordalo Pinheiro, les obsequia.

El desasosiego que provoca Pacheco no deriva de sus vicios humanos (cultivó y derrochó generosamente, al menos, los siete capitales), sino de su lacerante empresa literaria. Pese a un meditado cultivo de la máscara del outsider, Pacheco nunca renunció a las canonjías de los escritores del establishment. Bien al contrario, las buscó desesperadamente, por todas las vías, mendigándolas cuando hizo falta a los escritores "profesionales", a los editores y directores de las revistas; a los políticos. Y para  tratar de conseguirlas empleó un amplio (y literario) repertorio: desde el "sableo" más típico del lumpen valleinclanesco (reforzada la apelación a la hermandad literaria por la amenaza de una pluma mordaz) hasta la mendicidad de ciego en la plaza pública ("Uma esmolinha, por amor de Deus! Uma esmolinha!"). En una vida regida por sus propias tablas de la ley, inscritas con solo dos mandamientos (Odiarás al burgués sobre todas las cosas; Sobre todos los burgueses, odiarás al écrivan serieux), “vivir de la literatura”, esa puta, fue su único proyecto vital en positivo; su principal fracaso. ¿Qué distancia separa al escritor que se jactaba de ser uno de los dos o tres en Portugal que podían vivir exclusivamente de su escritura del pedigüeño empedernido, incapaz de alimentar a sus hijos, coleccionista de sucesivas mujeres, analfabetas y jóvenes hasta rozar la ilegalidad, frecuentador de pensiones de mala muerte, despojo humano? ¿Cuál al padre de Pacheco funcionario gris o flâneur que fracasó a los ojos siempre acusadores del hijo por nunca atreverse a dedicarse de lleno a la escritura, del propio Pacheco, fracasado precisamente por haber elegido ese camino? La bilis que rezuman muchos de sus escritos es la del que no soporta ver a aquellos que, teniendo talento para vivir de la literatura, carecen de la audacia necesaria para dar el salto mortal. El grito desesperado del que contempla las naves ardiendo tras de sí y, al volver la vista hacia adelante, solo halla el páramo aterrador de la literatura. La crítica más dolorosa para Pacheco (porque es aquella que le toca en lo más íntimo, quizás la figura de su padre, escritor fracasado) es, por tanto, la que dirige (por ejemplo, en "Comunidade") a los escritores que derrochan su talento. "Parásitos chulos (los más criminales) de su propio talento desperdiciado: las horas del reloj de estos y de los otros y los desechos de todos, que todo tiene su calor y su ejemplo; o frustrados fracasados intentando arrastrar a los más al pozo donde se dejaron caer por impotencia de crear, pereza o cobardía (pero la tumba nada perdona). Cadáveres malolientes, viciosos de mañas y muy mal enmascarados. Mierda que respira". 

Pero el Pacheco-hombre de letras nunca consiguió seguir el paso acelerado del Pacheco-hombre (éste sí un verdadero aspirante a lumpen) en su descenso a los abismos. Alumno ejemplar de Vitorino Némesio —muñidor de futuros literarios, poseedor de las llaves de todas las revistas literarias— en la Facultad de Letras de Lisboa, colaborador temprano de publicaciones periódicas, fundador de su propia y pronto mítica editorial (Contraponto) con tan solo veinticinco años, profanador siempre de los sepulcros blanqueados... El Pacheco alcohólico e incapaz de alimentar a sus hijos y el Pacheco que descubre a Cesariny o Herberto Helder editándolos por primera vez solo se tocan, como no podía ser de otra manera, en la literatura. En una peculiar fusión (desprovista de todo artificio) entre vida y obra reside la principal originalidad de una narrativa parcial, caótica, magmática. Que, al primer contacto, quema la piel, pero que pronto cicatriza sin dejar rastro visible, apenas una tenue memoria. “Literatura comestible” que, acabado su ciclo metabólico, es excretada con naturalidad, sin remordimientos y que, no obstante, aquí y allá, en uno u otro panfleto, consigue emocionarme, conduciéndome ante las puertas gozosas y lacerantes de la memoria. Pues si en algo Pacheco es libérrimo (el libertinaje de Pacheco es una peculiar interpretación portuguesa) es en la elección de su materia literaria. Así, algunos de sus mejores opúsculos parecen, por intención y punto de vista, salidos más de un esquizoide yo poético que de un narrador omnisciente. Pacheco, como buen pecador, late con más intensidad en la ternura inacabable del ególatra que en la provocación pura; en la cama atestada de miseria y de calor humano que en el flirteo homosexual en una católica, apostólica y romana ciudad de provincias del Portugal del fin del salazarismo.

A Pacheco, sus contemporáneos portugueses lo leyeron poco y mal. El aura de crítico feroz y editor audaz, de víctima de la censura y la represión del régimen, las enemistades justificadas o gratuitas acabaron por ocultar la tarea del escritor, siempre incoherente, nunca proclive a las concesiones (al lector, al editor, al tiempo). Hoy, una nueva generación de poetas y escritores portugueses han hecho de Pacheco símbolo de un malestar, el que origina la paradoja suprema de todo escritor: la necesidad de demoler un sistema al que no puede dejar de pertenecer. ¿No es tiempo ya de que podamos amarlo u odiarlo en nuestra lengua?


No hay comentarios:

Publicar un comentario