Mísia canta en el São Luiz su último disco, Senhoras da noite. Como en Garras dos sentidos (el disco en que la descubrí, el que más me gusta; un disco que he ido perdiendo en ciudades diferentes, a medida que lo ganaban amigos; beati qui perdunt), la fórmula es aparentemente sencilla: letras compuestas por poetas y fado tradicional. Lo peculiar de Mísia, lo que la distingue de otras fadistas (y soy consciente de que en ella el término “fadista” es reducción de una personalidad poliédrica, mucho más vasta), lo que quizás se halla en el origen de la leyenda de que el público portugués le vuelve la espalda, es esa extraña facultad que su voz posee de congelar aquello que toca. Tanto da que sean poemas de Pessoa, nunca antes musicalizados, o letras de Amália,oídas mil veces en otras tantas versiones. Sus interpretaciones poseen la claridad transparente del hielo, su rigor y su parádójico calor. Al atravesar la voz de Mísia (que asume, orgullosa, su condición de médium), las letras fadistas son sometidas una intensa glaciación, similar a la que encadena al modesto insecto a un pedazo de resina. El resultado, claro, es lujoso ámbar. Una vibración siempre contenida que es la (mejor) manera de estar en el mundo del alma portuguesa. Le guste o no a quienes se empeñan en negarle lo que por derecho le corresponde.
No hay comentarios:
Publicar un comentario