"Escribir", por Vergílio Ferreira
No exhibas tanto el esplendor de tus dientes. Yo sé que son postizos. Pero puede que ellos no lo sepan, dices. ¿Y? Aunque ni yo lo supiese, tú lo sabrías. Cierra la boca.
La amplia sala del restaurante está llena de comensales. Los miro comer inclinados sobre las mesas; yo no como. Son extraordinarios en su operación alimenticia y los contemplo lleno de intriga y curiosidad. La naturaleza les ha abierto una hendedura en el sitio de la boca y ellos lo llenan con cuchara o tenedor y la materia de su sustento. Cierran después la boca y comienzan a rumiar con movimientos de mandíbula. Tragan. Vuelven a encorvarse sobre la mesa y repiten el ejercicio. De vez en cuando absorben líquido por el desgarrón de la boca. Y hay un rumor de conversación que sirve de hilo musical a todo el espacio. Tal vez ayude también la masticación. Me quedo pasmado frente a este espectáculo de decenas o centenares de personas masticando. Y pienso entonces con inesperada sagacidad -es de estos trabajos de un humilde mortal que nace por ejemplo una Crítica de la razón pura. Y en el intervalo entre ambos pensamientos se cuela mi asombro de no ser un imbécil. ¿O de serlo?
¿Eres capaz de llamar por teléfono a una digna señora estando en calzoncillos o sentado en el retrete?
Sé humilde. No aceleres el paso. Apártate cuando a tu lado pasen en tropel los caballos de la juventud. Habla bajo para evitar la ronquera. Ni se te ocurra expresar una idea, pues han de decir ¿de dónde sale este tipo? y si te descuidas meterte en un manicomio. Ten cuidado al comer; que no se te caiga la dentadura. No preguntes quién de los de tu tiempo ha muerto, sino únicamente quién sigue vivo. No tengas recuerdos lejanos, que parecen mal en un muerto. Mantente vivo e intenta alejarte cuanto puedas del muerto que ya eres. Y apresúrate a serlo de verdad porque ya todo el mundo se impacienta con la tardanza.
Estás excluido, cómo negarlo. Hay un mundo nuevo en el que tú no cabes. Lo que fuiste en obra y pensamiento te será devuelto o más bien volcado encima como la basura que es. No sabes en realidad qué es lo nuevo. Pero ellos tampoco. Lo grave, en todo caso, es que ese no saber es el saber. Ya existía esa ignorancia, la nulidad de todo, pero perserverabas en la manía de que una nueva verdad redimiría el error de ese todo. No hay nada, solo vacío y este estercolero donde uno se siente a gusto. Estás excluido, es innegable. Pero no sufras mucho. Porque sobre el estiércol presente ha de venir uno nuevo que lo recubrirá arguyendo que no olía lo suficientemente mal. Y quizás entonces tú sonreirás por debajo de todo eso, en la certeza de que las novedades y su negación y la negación de esa negación han de ir a parar al mismo lugar así perfeccionando un destino común.
(De Escrever, Bertrand, 2001; traducción: L.M.M.)
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