Produce cierto pudor retomar,
después de tantos meses, los trabajos (tan confusos, tan inconstantes) de este
blog con una entrada sobre uno mismo. Por eso mismo, elijo hacerlo con este
libro, que aún no ha llegado a mis manos -es posible que me espere mañana en la
mesa de trabajo-, pero sí a la web de Olifante, y en el que figuro en la
portada, pero apenas como secundario y no como protagonista principal. Descubro
hoy, día de muertos por acá, víspera de muertitos por allá, que ya está
disponible El
Encantamiento, la antología del poeta portugués Alberto de Lacerda en la que tanto
empeño hemos puesto durante los últimos meses. Si siempre he sentido que todo
libro es una suma de voluntades, doblemente lo creo en el caso de este, que ya
lo es desde el inicio y por su propia naturaleza, por medio de ese imposible
alquímico que llamamos traducción y que, en realidad, no es más que la
metamorfosis de una cierta materia en otra distinta; la fusión de dos materias
que se buscan y se tientan hasta llegar, espero, a encontrarse. Cuando miro
hacia atrás en busca de esas voluntades, veo a Luís Amorim de Sousa, que me
regaló su amistad al tiempo que los versos de Lacerda; a Luis Sáez Delgado que,
como siempre, me orientó en mi inicial desconcierto; a José Luis García Martín,
que ofreció el primer Lacerda en la mesa siempre amable de Clarín; por
supuesto, a Trinidad Ruiz Marcellán, alma de Olifante, y al Instituto Camões,
que generosamente han hecho posible la edición. Pero, si giro ahora la cabeza y
miro hacia adelante me encuentro con nuevos (y no tan nuevos) amigos que
Alberto de Lacerda, dispone en mi camino: Luís Chaby Vaz y Concha Hernández, que
siguen empeñados en tender puentes entre España y Portugal por medio de la Mostra Portuguesa, en cuyo seno
presentaremos la antología el próximo día 13, con Marifé Santiago, quien,
reencuentro genial, tendrá la gentileza de presentar a Lacerda en la Central de Callao (¡gracias,
Martín!). Si alguien se sorprende de semejante acumulación de amistades, hágase con El encantamiento y lea en su prólogo (perdón por la cita) cómo nada tiene de extraño tratándose de una
antología de un poeta como Alberto de Lacerda, quien “valoró la amistad como una de
las manifestaciones de lo divino en el mundo, y no, por cierto, la menor”.
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